Por: GERARDO ARENAZA OLIVARES
Era enero pero en la ciudad llovió más de dos horas sin parar.
Pedro, como siempre había ido a recogerla a sus clase de Ingles, en el centro de Idiomas de la Católica, en la Plaza Francia, en el cercado de Lima.
Eran las nueve de la noche y no salía cuando de pronto la vio salir muy sonriente charlando con un tipo.
El sujeto buscaba un Taxi.
Ella con sus libros cruzando sus brazos se movía inquita, como si sintiera un cosquilleo entre las piernas.
Él estaba en el portón de la vieja sede del Teatro de la Católica, esperó hasta ver dónde llegaba esa mujer que le decía que era una dama, que jamás salía con extraños ni con amigos para que no hablen de ella.
El sujero paró un taxi: ella subió; yo me acerqué, le sonreí y le dije adiós: ella sonrió nerviosamente. El automóvil se fue raudamente hacia el Paseo de la República para agarrar el bay passe...
Luego de allí fue descubriendo que no era nada de como se había pintado: solamente lo utilizó para ayudarla para que sacara su título de Ingeniera Electrónica en la UNI; agarrarse una pulsera de oro que le dio tontamente porque ella le rogó que se la diera.
Por otro lado un tiempo gozaron a más no poder en mil formas y sacando sus cuentas pasaron tiempos buenos y tiempos malos.
Felizmente,ella, le devolvió un reloj de oro que él le regaló por nada y se lo dio a su madre.
Ahora no regala nada a ninguna mujer.
Ahora es un gitano con todas ellas.
Ninguna mujer se merece nada suyo, salvo, sus mujeres virtuales...
.-¡AMÉN!